Karen Luy de Aliaga está sentada en su departamento en Buenos Aires cuando da el primer hola con Revista Bravas. En una conversación virtual, situada por la pandemia y la cordillera de los Andes, nos explica el detrás de escenas de su libro Compórtense como señoritas.
Compórtense como señoritas relata bajo 15 subtítulos la historia de una mujer que, durante su niñez, adolescencia y adultez, hace las pases con su identidad y sale del closet como lesbiana en el Perú de los años noventa.
A través de la amistad, la discriminación, la violencia, la verguenza y la sororidad, Karen Luy de Aliaga nos convierte en espectadoras de una vida ajena. Una historia que contextualiza el amor y el desamor entre mujeres, como el complejo y liberador proceso de aceptarse.
Karen aclara que si bien esta obra no es autobiográfica, está escrita desde la no ficción. Creó un personaje que viviera las crudas situaciones que enfrentó y enfrentan las personas LGBTQI, incluida ella misma.
Compórtense como señoritas se gesta en un ejercicio de escritura narrativa cuando la autora tenía 25 años. “Closets”, una de las seis historias escritas en ese tiempo, pasó a convertirse en el puntapié para el libro.
Pasaron 15 años para que retomara y se replanteara el proyecto. El 2015 cerró un juicio que había empezado hace casi una década, luego de un ataque homofóbico en su contra. Ese proceso removió todos sus recuerdos y entre sus borradores encontró una historia que debía ser contada. Sin embargo, siguió entre pausas.
Para poder armar la historia tuvo que alejarse de sus recuerdos, verlos desde otras perspectivas. Así que en 2018 cuando migró desde Perú a Buenos Aires por una maestría, se animó a escribir este libro.
Terminó la historia antes de terminar la maestría, lo que hizo que quedara con algunos errores, según ella. Sin embargo, asegura que “lo podría volver a reescribir toda una vida, porque un texto nunca está terminado”. De todos modos, esto permitió que quedara en su estado más natural.
Hoy Compórtense como señoritas está ilustrado por Toto Duarte/Otto Etraud y publicado por Cocorocoq Editoras. El libro es parte de la Colección Primerizas de la editorial, junto a Las niñas traviesas de Marian Lutzky.
Estaba y estoy muy rabiosa. Furiosa con lo que pasa en el Perú en cuestión de derechos LGBTQI. Es como toda esa cólera que yo pudiera tener porque estos ataques siguen pasando todos los días. Van a seguir pasando lamentablemente y no hay nadie que nos defienda, toda esa cólera la traté de poner ahí.
Y no tenía ningún objetivo en general, quería sacarme encima el tema del ataque. Cuando ya lo empecé a ver con ojos de: acá hay una historia, dije “voy a hacer lo mejor que pueda para narrar esta historia y ponerla en papel”.
A la hora de terminar el primer borrador se lo pasé a una amiga activista. En el 2006 yo tenía micromachismos en mi escritura y quería saber que lo estaba haciendo bien esta vez. Creo que era mi responsabilidad no meter la pata con todo el tema de género y de la identidad. Si a mi misma me costó entenderlo… quería que fuera menos confuso para otras personas.
Entonces no tenía un objetivo pero si quería que alguien pudiera leer que estos ataques homofóbicos existen en Perú. Tuve mucha suerte. Hay gente que no la puede contar porque no sobrevivió.
Felizmente hay mucha más conciencia, hay mucha más información, hay colectivos, hay activistas, hay más gente detrás que sigue protegiendo e informando a los adolescentes. Pero en los noventas no había nada, lo que veías como referencia en la tele de personas gay, trans o mujeres era terrible, como un insulto. O éramos la broma en los programas cómicos, en las películas, en las telenovelas, entonces no tenías con quien conversar.
No tenías que leer, había muy pocos libros, al menos si es que buscabas o preguntabas nadie te iba a decir “ah, sí mira ahí este libro está en una biblioteca” o “puedes ir a la librería y conseguir este”. No, jamás. Las respuestas que yo conseguía era por la tele a través del cable. Como ver una serie como Ellen en los noventas o The L World en los dos miles. No había tanta referencia, ni tanta identificación.
Los ataques, la discriminación, la homofobia y la transfobia siguen existiendo. Cada vez que hay estas olas de conservadurismo que se disparan, como las que hay ahora en casi toda Latinoamérica, como que los homofóbicos salen del subsuelo. Siempre están exagerados ladrando por ahí.
Hay solidaridad, hay apoyo en redes, hay alguien que cuenta una historia y alguien que la quiere escuchar y más gente que la quiere entender, hay más oídos y hay más plataformas donde puedes contar historias y donde te pueden escuchar o leer. Pero de que hay homofobia, de que hay violencia, hay.
Me estaba dirigiendo a un público LGBTQI. Era para todos ellos y para todas ellas. Aún así, no sabía a quien iba a llegar. En algún momento me preguntarán: ¿Quién quieres que lo lea?, los homofóbicos (sonríe). Porque también es como que si no entiendes lo que está pasando nunca vas a empatizar, ¿no?.
En los noventas había mucha poesía que me parecía super ambigua. Por ejemplo Pizarnik, la poeta argentina, nunca hablaba de géneros, nunca hablaba del hombre o de la mujer. O a veces si mencionaba mujeres y yo decía “ohh, que bien”.
Cuando llegue a los dosmiles leí una autora peruana, una bailarina de danza moderna que se llama Morella Petrozzi. Escribió un libro sobre sus relaciones lésbicas en Nueva York, 56 días en la vida de un frik. De como había sido su regreso a Lima y como le había golpeado, entonces como que me identifique mucho con ese tipo de historias.
Me gustaba mucho la poesía de Lemebel, pero como que al inicio no buscaba autores gay para leer, entonces si caían en mis manos era como “ahh, ¡gracias”!. Ahora leo mucha literatura escrita por mujeres, gays o no gays.