©️ Ilustración principal hecha por Ana Galvañ
Es 2019 y se preguntarán qué pasó y por qué tan de repente, tantas parejas rompieron a mitad de año. Quizá fue el eclipse o algún planeta rebelde que según las historias de alguna bruja de nuestro instagram -las cuáles no entendemos del todo-, provocó que varias de nosotras tengamos el corazón partido en dos. Pero la verdad, es que lo único cierto y comprobable a estas alturas, es que estás soltera. Y te duele estarlo.
Quizá lo que sucede es que “estar soltera” en nuestra mente es símil a soledad. Por lo que no sonríes ni en lo más mínimo cuando escuchas por la radio “estar soltera está de moda” de no sé que cantante de reggeatón. Te sientes asqueada, apestada. Cruzas los dedos cuando vas en el metro para que ninguna pareja empalagosa se te acerque. Y cuando abres tu instagram, te saltas las historias de tus amigas o cualquier persona que tenga una relación que superficialmente se ve sana y feliz. “Igual van a terminar”, dices con dejo de resignación.
No obstante, empiezas a pensar que estar soltera no puede estar tan mal. Tienes veintitantos años. A pesar de que no se te dan las matemáticas y aún calculas con los dedos de tus manos, sabes que has pasado más tiempo soltera que en una relación. No debería dolerte tanto. No deberías hacer de esto una tragedia sólo por no corresponderle a alguien -si es que amar se trata de corresponder o no-.
Pero empiezas a rebobinar el tiempo. Eliges una fecha. Seis meses atrás. Ahí está. Un recuerdo de cuando estaban juntos. Se veían felices. Están caminando por las calles de Santiago centro tomados de la mano, hablando de cualquier cosa trivial que les había sucedido en el día. Se detiene para mirarte y decirte que te ama. Tu le crees. Te gusta aquélla sensación de falsa seguridad, de que alguien te ama y quiere compartirse contigo. De que tienes brazos en los cuáles refugiarte cuando los días no son como esperabas o son justamente, como querías que fueran. Lo tienes junto a ti y te sientes plena. De esto se debe tratar el amor. Lo besas.
Silencio.
Silencio nuevamente.
“Eso ya no volverá a ocurrir”, te dices a ti misma.
Auch.
Se acerca el dolor. Tanto que a veces te inmoviliza y te impide actuar como una persona racional. A tal nivel de que en el peak de tu ebriedad decides mandarle un mensaje de voz a tu ex diciéndole que aún lo amas. Te convertiste en aquél estúpido cliché y caricatura de “mujer despechada” que tanto le gusta a los hombres cineastas mofarse. Y sí, probablemente, Nicolás López, a pesar de las denuncias que tiene, haría una película de ti. Incluso, Paz Bascuñán te haría ver un poco más digna en la situación que te encuentras actualmente. Trágico. Por no decir, patético.
Piensas que el amor es absurdo. Estás meses junto a alguien para luego no ser nada. Absolutamente nada. ¿Qué sucede con todos los planes? ¿las promesas que se hicieron? ¿los te amo para siempre que te decía? -tu los evitabas a toda costa porque algo muy dentro tuyo te decía que podía haber un fin-. Ahí, revoloteando, escondidos en algún sitio oscuro de tu memoria -porque en la de él no está claramente-. Pero no logras conformarte así que te desesperas, crees que tal vez se murió. Si, quizá se murió y nadie te avisó. Es la única respuesta que encuentras dentro de la poca cordura que tienes. ¿Cómo es posible que no quiera hablar contigo si hace unos días el chat de Whatsapp abundaba en mensajes? ¿y ahora ni siquiera un “cómo estás”? ¿”qué ha sido de tu día”? ¿nada?. Pero algo te golpea, tan fuerte y dramático como una bofetada de comedia mexicana: la persona que amas, está viva, sólo que ya no quiere estar contigo.
Nuevamente, viene hacia ti el dolor.
Las primeras semanas te cuesta admitirlo. Eres una máquina de mocos y lágrimas. Te comes el mundo entero o dejas de alimentarte porque nada tiene sentido y ni siquiera la comida tiene el mismo sabor que antes. Tu mamá te va a ver a la pieza y cree que los ovnis abdujeron a su hija y la cambiaron por un bebé. Un estúpido y llorón bebé. Empiezas a evadir los “cómo estás?”. Tus amigas se preguntan a escondidas cómo te han visto en los últimos días. “Mal pero hay que darle tiempo”, le dice una a las demás para apaciguar el ambiente. Todas asienten y mantienen entre si miradas cómplices. Muy dentro de ellas, saben que esto es un desliz en tu vida. Tu por el contrario, crees que es el fin del mundo.
Es así, como no te das cuenta y pasaste el primer mes. Te metes al gimnasio como para probarte a ti misma que puedes ocupar tiempo en ti. Sin embargo, lloras mientras estás en la elíptica. La niña de al lado te pasa un pañuelo desechable. Le das las gracias. Sabes que al menos, lo intentaste. Pero lo peor de todo, es que no sólo lloras en el gimnasio, sino también en la micro, en el metro, en las calles y lamentablemente, en los carretes. Dos cervezas y se te viene todo encima. Bueno, cuatro o seis cervezas. Ocho, si somos sinceras.
Vives en un constante engaño. “Ya pero quizá si nos esforzamos esta vez, podríamos volver a intentarlo”. Te metes a WhatsApp y le quieres escribir. Está en línea. Piensas que estará haciendo. Lo más probable es que esté viendo memes. Meditas si está bien enviarle un “te extraño”. Quizá responda con un “yo también amor 🙁 estaba esperando que me hablaras”. Estallas de felicidad y todo vuelve a la normalidad. Final feliz.
Pero no, sabemos que las cosas no resultan de ese modo. Lo más probable, es que recibas un bloqueo de su parte. No porque quiera, sino porque no quiere que sigas arrastrándote y luego en un futuro te arrepientas por las cosas que hiciste o dijiste. Muy considerado, para haber roto tu corazón sin pleno aviso. Okay, decides no hacerlo. Prefieres ocupar tu tiempo en ver una serie que tenga mil temporadas y así enajenarte del dolor. Grey’s Anatomy es una buena opción. La ves compulsivamente.
Te cortas el flequillo o el largo de tu pelo. No, no, no, mejor aún: te tiñes el pelo. Quieres ser otra. Te animas y te levantas de esa cama llena de mocos y con dudosos pedazos de comida y pelos de gatos. Compras una tintura lila fucsia. Tu hermana se ofrece a teñirte. Tiene miedo de que te arrepientas pero no te ha visto sonreír desde hace tiempo, así que cumple con tu capricho sin llevarte la contraria. Sorpresa: te quedó más fucsia que lila. No dejas de mirarte en el espejo y afirmar que tomaste una pésima decisión. Te prometes no volver a tocarte el pelo. Aunque la máquina de afeitar de tu papá te está mirando y tentando constantemente desde su mueble. Así es como pasaron dos meses.
Al tercer mes te cuestionas si está mal empezar a salir con personas. “¿Es que estoy siendo infiel?”, te preguntas hasta que llega como un relámpago quebradizo, el recuerdo del término. Así que te propones salir con alguien. ¿Tinder? Lo meditas pero desistes. “¿Y si está mi ex ahí? ” de sólo pensarlo, sientes un nudo en el estómago y cientos de cuchillas en la espalda. Lo instalas de todas formas. Crees ser valiente. Pones tu mejor foto. Sin descripción porque tampoco tienes ánimo de inventarte una vida feliz y no retorcida. Bueno, quizá pones emojis de gatos y perros. A la gente le gusta las mascotas.
Persona 1:Equis✖️.
Persona 2:Equis✖️.
Persona 3:Equis✖️.
Persona 4: Like✅? Equis✖️.
Persona 5: Equis✖️.
Te dieron Superlike!!! Persona 6: Equis✖️
Persona 7: Like✅… equis✖️.
Persona 8: Equis✖️.
Persona 9: Equis✖️.
Persona 10: Like✅. Ella: hola. Yo: hola. Fin de la conversación.
Te deprime ver tantas personas con fotos felices en Machu Picchu o cualquier cerro de mierda en busca del amor. ¿Es que acaso es una prioridad en Tinder subir fotos de sus viajes? o ¿hacer pésimas y lastimosas descripciones de si mismos?. Lo confirmas: no estás lista. Lo desinstalas.
Casi como un milagro, te empiezas a alejar de las canciones de Chavela Vargas y le prestas atención a las letras de Julieta Venegas. Piensas: si Julieta Venegas superó al inculiable de Álvaro Henríquez, tu estás en buen puerto, también puedes hacerlo. Empieza a sonar de fondo “lo que a tu lado fui me lo guardaré solo pido que deje de doler” mientras te das un baño de burbujas. Claro, crisis hídrica y la linda como buena pelotuda, decide estar en pelotas en una ducha donde ni siquiera le caben sus piernas. “Me cago en mí misma”, te dices hacia tus adentros. Pero cierras los ojos y te obligas a conectarte con el momento de relajo:
Estás sola. Estás sola. ¿Es esto tan terrible? ¿necesitas o quieres estar con alguien? ¿necesitas o quieres compartir tu intimidad con alguien? ¿lo extrañas realmente? ¿o buscas en él lo que no encuentras en ti? ¿seguridad? ¿confianza? ¿armonía? ¿que ves en él que no puedes ver en ti? ¿qué es lo que más te duele: perderle o perderte a ti misma en él? ¿qué es lo que quieres? ¿qué es lo que extrañas? ¿a él? o ¿la persona que eras cuando estabas con él? ¿por qué sufres de esta forma? ¿problemas con alguna autoridad de tu familia? ¿necesitas atención constante? ¿le tienes miedo a la soledad? ¿a tu propia soledad?
Pasaron cuatro meses. Ya no lloras todos los días. Tienes días buenos y otros malos. Hay momentos en que la incertidumbre te paraliza pero te calma pensar en que hiciste lo que pudiste, o al menos, lo que estaba a tu alcance. Aunque no fuese suficiente. Abres tu billetera y te sorprende tener dinero. Sonríes. Ventajas de estar soltera. No obstante, también piensas en que no has tirado hace rato. Recuerdas la última vez que lo hicieron. Estuvo bueno, no perfecto, pero sí, quizá un poco flojo, muy técnico, hubieron polvos mejores. Te das cuenta que quizá ya estaban mal en ese entonces y no te percataste. Ahora lo que importa: ¿volverás a tirar con alguien?. Prefieres no pensar en ello. Inevitablemente, aún te calienta pensar en tu ex.
Decides entonces mantener la mente ocupada en algo. Teoría feminista. Literatura escrita por mujeres. Anotas las frases que más te gustan. Rayas los libros que te compraste. Vas a la biblioteca de tu comuna. “A usted no la veo hace tiempo”, te dice la bibliotecaria con alegría mientras te hace el préstamo de un libro de la Nona Fernández. “He vuelto”, respondes con una sonrisa en el rostro. Eso crees. O al menos, lo estás intentando.
Comienzas a escribir compulsivamente. Te fijas que no rendiste de la misma forma que cuando estabas en una relación. Así que retomas la escritura oficialmente. Te llegas a meter a un taller de escritura. Te da vergüenza leer frente a otras personas pero lo haces de todas formas. Encuentras que no estuvo tan mal.
Inesperadamente, alguien se interesa por ti. Te pregunta si quieres salir. Le dices que si. Ven Ghost in the shell en el Normandie. Ahora son otros ojos los que te ven y otra boca que te habla en mitad de la película. Puedes incluso pasear por las calles donde antes caminabas con tu ex. Te gusta el ejercicio de salir con alguien que no te conoce. Te da tiempo para reflexionar quien eres. Le cuentas historias divertidas y evitas a toda costa el recuerdo de tu ex. Te das cuenta que fue sencillo. Tienes muchas historias dignas de un Oscar en las que no está tu ex involucrado. Eres alguien. Tienes una historia detrás. Existías. Existes.
Sip, hay noches en las que lloras. Te cuesta aceptar el rechazo. Mucho más, su ausencia. Sigues enamorada. Pero corres y evades cualquier tipo de recuerdo que lleve consigo su nombre. Eso también es una forma de sobrevivir. Y es igual de válido.
Ahora a las fiestas que te invitan, eres la que más baila. Te sientes increíblemente rota y vacía pero te da lo mismo. Dejas que los instantes te consuman. A veces hay que tocar fondo para saber hacia donde ir ¿no?. Así que sólo bailas y cantas, aunque no seas buena en ninguna de las dos.
“Esta es la mejor noche de mi vida, nunca había sido tan feliz”, exclamaba tu ex mientras te agarraba la mano y saltaba emocionado. Vaya a saber una si aquéllo era cierto, si esas palabras eran auténticas, si en realidad esa fue la mejor noche de su vida. Ya fue. Ahora estás tú, sola, bailando. Y como dice Raphael, “esta noche puede ser mí gran noche”. Así que dejas que la música te consuma. Mantienes los ojos cerrados. “Hoy puede ser mi gran noche”, te repites. Y si no lo es, al menos, lo intentaste. A veces es bueno encontrar belleza en los más horribles y oscuros sentimientos.
Y esa es la única certeza que debes tener en mente después de sufrir una ruptura amorosa: lo intentaste y lo estás intentando. Estás viva. En algún momento tendrás que aceptar irremediablemente la pérdida absoluta del ser amado. Pero mientras tanto, no hay guías ni grandes consejos de cómo hacer esto más fácil. Supongo que sólo se trata de aceptar la derrota y el fracaso. De ser patética y luego armarte una coraza quién sabe cómo. Lo lograrás. No como quieres, no el tiempo que te gustaría que fuese, pero lo harás.
Y quizá puedas escribir sobre ello, y te dará risa leerlo en unos años más.
En caso de emergencia, romper el vidrio y escuchar: